Jueves 22 de noviembre del año 2018 cerca de las 22:00 horas en una noche de primavera de la ciudad costera donde el océano exclama su presencia en el viento y la humedad, de topografía llana y cubierta de un damero colonial con calles de morfología estrecha que van configurando túneles de corrientes de aire que fluye acelerado arrastrando los sonidos de todas las estructuras, de todos los lugares, de todas las situaciones y los eventos, alterando su topología física para devenir una experiencia acústica de desorientación espacial y temporal que desbarata intencionalidades causales y quiebra el avance de improntas semánticas. Allí, en esa noche estando en esa ciudad y en esos túneles, asomándome al balcón del segundo piso del antiguo departamento en el que resido transitando crujidos de maderas salientes de mis pasos, luego saliendo el cuerpo y exponiéndolo entero a los torrentes ventosos del aire frío, a esa autopista de vibraciones neuróticas la Ruta 5, en el silencio de los múltiples grillos y de las múltiples vidas y máquinas en el movimiento del hábito diurno, surge la interrupción y la apertura a la lejanía teñida de gritos desgarrados de gaviotas entreverados con la violentaproximidad, acaso penetración, del roce del viento por los frentes de mi cuerpo a veces, uno y otro costado en otras, desde abajo o adelante, desde dentro, las masas de aire acelerándose en los túneles imaginarios vaciados por la presencia de los bloques de departamentos, de esas ballenas blancas dislocadas templos del consumo, nidos de palomas y de seres humanos y del ruido neblinoso aletargante, los túneles entre mi cuerpo y los muros de concreto y las barandas metálicas de estas edificaciones. Los vastos gritos que en su agudeza parecieran quebrarse, repentinamente se abren sobre mi cabeza y sobre nuestros túneles, evanescen sus figuraciones, se diluyen los túneles y mis vértebras en aquella explosión ensordecedora que llora, mientras las nubes viajan apremiadas de uno a otro lado de la luna llena, apenas acariciándola con el vaho murmurante del frío, y los gritos se quedan estruendosos, disonantes, lejos y encima y hondo, rasgando el cielo y el silencio, llenándolo todo con las profundidades cavernosas de un dolor que nos llama, gimientes, insistentes, desesperados, golpeados y trizados y rotos, infinitamente vueltos a golpear y trizar y romper, excedidos, saturados, resonando en los túneles venosos de la ciudad, en las cavidades de mi entero pequeño cuerpo, nuestros cuerpos.
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En este intento de retazo sonoro narrado está el deseo íntimo de plasmar y transmitir una serie inagotable y caótica de conexiones, mnemónicas y corpóreas y emotivas, que se desencadenaron a partir del potencial sonoro de la experiencia aquí inscrita. Digo “retazo sonoro”, pues no es más que un fragmento minúsculo del acontecimiento sensible de una plenitud sublime inaprehensible en la formalidad de las palabras. Sin embargo, arrastra una búsqueda esmerada por alcanzar la apertura intersubjetiva hacia la evocación y generación de nuevas cadenas de conexiones en las otras posibles vidas que emprendan su lectura (o, así espero, su escucha). Una de esas hebras de la trama de expansión infinita y multidireccional decantó en una operación (también con un carácter de intento, aunque pleno de sentido en sus reverberaciones con mi historia y mi presente) de politización de la escucha mediante un paralelismo de dos eventos simultáneos en el tiempo, aconteciendo en espacios físicos distintos y distantes, que se unificaban en una totalidad de sentido que surgía a partir de la superposición de, por una parte, mi personal percepción estética de las sonoridades encarnadas en el propio cuerpo y la evocación de lo que imaginariamente iba construyendo como posible acto de intervención del “Día internacional contra la violencia hacia las mujeres”, y por otra, el resurgimiento momentáneo de la memoria corporal e histórica que figura mi imaginario urbano hasta ese momento indecible: los canales ventosos que estructuran la ciudad de La Serena, sus calles y edificaciones reposando sobre una extensión plana de territorio, donde el aire acelerado recorriendo los túneles pudo haber hecho posible la ficción de escuchar y fundirme en esos gritos y lamentos de aquellas mujeres en acción de denuncia. Esa intervención de acontecimiento paralelo, posteriormente gracias a su documentación pude saber (¿quizás corroborar?) que desembocó en la Ruta 5, paralizando el tráfico vehicular conla irrupción de múltiples cuerpos femeninos. Era la apertura de los gritos de las gaviotas en el cielo de asfalto de la autopista más importante de la trama interurbana de la región nortina.